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Suicidio

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Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado – Emil Cioran, Silogismos de la amargura

Han pasado casi dos semanas desde que tomé la decisión de suicidarme y pienso que aún tardaré unos días más en llevar a cabo la acción misma de quitarme la vida, porque tengo claro que, como no hay ninguna razón trágica o de desesperación máxima o de problemas irresolubles que angustien mi existencia, como suele ocurrir en muchos casos de suicidio, sino, precisamente, podría decirse que todo lo contrario, tampoco es preciso materializar la acción final de una forma apresurada, y que, como se trata, en suma, de una decisión largamente meditada hasta llegar a la única solución posible, tampoco hay posibilidad de retorno. Sin embargo, repito, la decisión del suicidio no ha sido tomada por hallarme ante una situación trágica insostenible sino que los motivos por los que he llegado a esta decisión, ahora ya irrevocable, son de índole muy diversa, aunque he de reconocer, nada comunes. Es decir la decisión ya está tomada y habrá de producirse a su debido momento pero, en ningún caso debe verse apremiada por cualquier otro tipo de razón o circunstancia que no sea la de mi propia decisión para encontrar ese momento adecuado, ya que, he de añadir, que desde el mismo momento que tomé la decisión absoluta y sin posibilidad de vuelta atrás de proceder al final de mi vida, la calma y la paz más absoluta han invadido mi existencia lo cual me hace pensar que la decisión ha sido, sin ninguna duda, la más correcta o, si la sometiéramos a un análisis más profundo, la única posible, dada la situación de incoherencia en que me hallaba y me sigo hallando a pesar de la paz interior que he adquirido desde el mismo instante en que me decidí, pues si de algo puede jactarse un hombre supuestamente de bien es de intentar dar coherencia a sus acciones para que estén de acuerdo con sus propios pensamientos. Porque, ¿puede uno vivir, o mejor aún, tiene algún interés vivir con la cabeza alta cuando le es del todo imposible actuar de una forma coherente con su pensamiento? Pensamiento, por otro lado, largamente trabajado y estructurado, con argumentos sólidos en su favor, aunque no verdaderos, pues la verdad ni ha existido ni lo hará jamás. ¿Puede alguien, entonces, vivir en una profunda contradicción entre pensamiento y acción sin sucumbir en la más profunda locura? No hay, pues, que buscar razones escondidas en mi decisión ni, por descontado, someterla ahora a análisis profundos, tan solo la imposibilidad absoluta de cohesionar pensamiento y obra, pensamiento y acción, es la única razón válida y la única posible. Se trata, pues, o mejor dicho se tratará cuando llegue la ocasión, simplemente de un suicidio por coherencia.