jordibargallo

relatos

Los nuevos moradores

#ficción #relatos

El viejo vivía en una cabaña a poca distancia del pueblo. Cuando los últimos moradores abandonaron las casas para buscar trabajo en las ciudades, él no quiso abandonar su cabaña y allí se quedó. Podía haberse instalado en cualquiera de las viviendas del pueblo, pero prefirió quedarse en la que era su casa desde tiempo inmemorial. Allí era feliz y no le faltaba de nada.

Algunos años más tarde, no sabía cuántos, contemplando una mañana el horizonte desde un monte cercano, se sorprendió al ver muy a lo lejos una inmensa nube negra que ascendía hacia el cielo. Dedujo que provenía de lo que llamabanla zona de las grandes ciudades, que estaba a cientos de kilómetros de distancia. La nube, negra y amenazadora, permaneció como estancada encima de ellas durante mucho tiempo. Ese mismo día, al atardecer, unos vehículos llegaron a la plaza del pueblo. El viejo los pudo ver desde la ventana de su cabaña, semioculta entre los pinos.

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Paloma con salsa agridulce

#relatos #ficción

Estaba vistiéndome una mañana cuando me llamaron la atención unos ruidos que venían de la cocina. Eran unos golpecitos suaves y rítmicos. Toc, toc, toc… Paraban unos segundos y luego otros toques más. Intrigado fui hasta la cocina y vi una paloma que reposaba en el alféizar de la ventana. Con el pico golpeaba el cristal, toc, toc, toc... Abrí con cuidado para no asustarla y vi que llevaba atado a una pata un pequeño tubo de metal. Se lo quité con cuidado y en su interior descubrí un papel con algo escrito. La paloma se quedó quieta, como esperando una respuesta. Como hacía calor le puse en un pequeño recipiente un poco de agua y bebió con avidez. Al terminar hizo un sonido como dándome las gracias.

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Suicidio

#bernhard #relatos #ficción

Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado – Emil Cioran, Silogismos de la amargura

Han pasado casi dos semanas desde que tomé la decisión de suicidarme y pienso que aún tardaré unos días más en llevar a cabo la acción misma de quitarme la vida, porque tengo claro que, como no hay ninguna razón trágica o de desesperación máxima o de problemas irresolubles que angustien mi existencia, como suele ocurrir en muchos casos de suicidio, sino, precisamente, podría decirse que todo lo contrario, tampoco es preciso materializar la acción final de una forma apresurada, y que, como se trata, en suma, de una decisión largamente meditada hasta llegar a la única solución posible, tampoco hay posibilidad de retorno. Sin embargo, repito, la decisión del suicidio no ha sido tomada por hallarme ante una situación trágica insostenible sino que los motivos por los que he llegado a esta decisión, ahora ya irrevocable, son de índole muy diversa, aunque he de reconocer, nada comunes. Es decir la decisión ya está tomada y habrá de producirse a su debido momento pero, en ningún caso debe verse apremiada por cualquier otro tipo de razón o circunstancia que no sea la de mi propia decisión para encontrar ese momento adecuado, ya que, he de añadir, que desde el mismo momento que tomé la decisión absoluta y sin posibilidad de vuelta atrás de proceder al final de mi vida, la calma y la paz más absoluta han invadido mi existencia lo cual me hace pensar que la decisión ha sido, sin ninguna duda, la más correcta o, si la sometiéramos a un análisis más profundo, la única posible, dada la situación de incoherencia en que me hallaba y me sigo hallando a pesar de la paz interior que he adquirido desde el mismo instante en que me decidí, pues si de algo puede jactarse un hombre supuestamente de bien es de intentar dar coherencia a sus acciones para que estén de acuerdo con sus propios pensamientos. Porque, ¿puede uno vivir, o mejor aún, tiene algún interés vivir con la cabeza alta cuando le es del todo imposible actuar de una forma coherente con su pensamiento? Pensamiento, por otro lado, largamente trabajado y estructurado, con argumentos sólidos en su favor, aunque no verdaderos, pues la verdad ni ha existido ni lo hará jamás. ¿Puede alguien, entonces, vivir en una profunda contradicción entre pensamiento y acción sin sucumbir en la más profunda locura? No hay, pues, que buscar razones escondidas en mi decisión ni, por descontado, someterla ahora a análisis profundos, tan solo la imposibilidad absoluta de cohesionar pensamiento y obra, pensamiento y acción, es la única razón válida y la única posible. Se trata, pues, o mejor dicho se tratará cuando llegue la ocasión, simplemente de un suicidio por coherencia.

El limpiador de patios

#relatos

— ¡Hola! ¿Tú quién eres? ¿Limpias los patios? ¿Eres nuevo?

Juan tenía delante suyo a un niño de unos nueve años. La cara salpicada de pecas y una enorme sonrisa, a pesar de que aún no eran las ocho de la mañana. Iba cargado con una enorme mochila en la espalda y un balón en las manos.

—¿Qué tal? Soy Juan. Limpio los patios y soy nuevo, sí—, le respondió.

—Pues yo me llamo Beto y siempre soy el primero en llegar. Mi padre me deja muy pronto porque ha de ir a trabajar. Luego llegan Toni y Sergio. ¡Mira! Ahí vienen. ¡Adiós! ¡Nos vamos a jugar!— Y desapareció como por encanto.

Soltó el chorro de palabras con tanta rapidez que no dio tiempo a Juan a decirle nada más. Se preguntó cómo era posible correr a aquella increíble velocidad con el peso que llevaba. Tampoco sabía todavía que los niños suelen hacer tres o cuatro preguntas a la vez, o te sueltan información que no has pedido y desaparecen como rayos en una tormenta de verano, sin esperar las respuestas. Algunos, aunque no son conscientes de ello, quién sabe si lo aceleran todo para llegar cuanto antes al mundo de los adultos. Beto salió disparado a recibir a sus amigos.

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Un café horrible

#relatos

Llevaba más de dos meses sin salir de casa por el maldito rollo de la pandemia. Los primeros días aún los aguantó bastante bien, no estaba especialmente nervioso, pasaba el día tranquilo arreglando cosas de casa que hacía tiempo que esperaban que llegara su oportunidad. Pero eso solo duró los primeros tres o cuatro días. Después, de repente, los nervios pudieron mas que él y su comportamiento hubiera hecho las delicias de cualquier psiquiatra. Solo pensaba en el día en que por fin pudiera volver a salir, meterse de lleno en los ríos de gente que solían abarrotar las calles, entrar en un bar a tomarse un par de cafés, quedar con algún amigo, en fin, cualquier cosa menos quedarse en casa. Hacía planes continuamente, los deshacía y los volvía a hacer. Se movía como un bicho enjaulado, arriba y abajo del apartamento, una y otra vez. Pero eso fue solo durante los tres o cuatro días que siguieron a los tres o cuatro primeros días en los que su comportamiento aún se había podido calificar como bastante normal. Después cayó en una profunda desazón y se pasaba el día haciendo viajes de su cama al sofa del salón y viceversa. Acabó hasta el gorro de series televisivas y de videoconferencias con los colegas. Pues bien, ahora que por fin ya se podía salir, solo o en pequeños grupos, y el resto de mortales empezaba a ocupar las terrazas de los bares, a él no le apetecía nada hacerlo. Las ganas, acumuladas en esos largos dos meses y medio, habían desaparecido sin dejar rastro.

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El estudiante de filosofía

#relatos

Hubo una época en mi vida en la que por las mañanas, un poco antes de mediodía, solía acudir a un pequeño café del centro para leer. Leía y, de vez en cuando, también tomaba notas de lo que leía. En una ocasión se acercó un estudiante que me parecía haber visto ya alguna vez por allí y, a pesar de que habían mesas libres, se sentó en la mía porque, según me dijo, no le apetecía estar solo. A solas no se podía conversar y sin conversar no se podia vivir. Le dije que no me importaba, que se sentara, y cerré el libro que estaba leyendo para facilitarle el inicio de la ansiada conversación. Llevaba una carpeta de la facultad de filosofía. Fue a pedir un café y luego se quedó sentado un buen rato sin pronunciar ni una palabra. De repente dijo:

—Estoy harto, sabes. —¿De qué? —De todo. —¿Por qué? —Pues, por todo…

Pensé que si el diálogo seguía por ese camino quizás no iba a llegar a ningún lado, pero no me dio tiempo a decírselo y enseguida añadió:

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